La leyenda de las vilcas
Vivíance en Tacna los tiempos del cacicazgo. Eran
épocas de tranquilidad y sosiego, en las
que el imperio de los incas, a base de trabajo y más una esquina trabajo, iba
alcanzando una expansión paulatina.
En aquel entonces, el cacique de las benignas tierras tacneñas era Apu Vilca, un
hombre de carácter decidido y resuelto de quien no se podía esperar ningún
perdón. Apu Vilca tenía una descendencia numerosa: sus primeros 13 hijos,
fueron por coincidencia, varones. Una hija cerró tal atavismo en la familia
Vilca. Ella fue la última y su padre la llamaba simplemente “Vilca”. Era su
adoración. Desde niña, Vilca fue muy bella, obediente y laboriosa. Cuando llego
la adolescencia, su padre la consagro al culto del Sol, integrándose al grupo
de las acllas, jóvenes hermosas y de encantadoras voces que rendían
permanentemente culto al dios.
Ante la llegada de Pachacutec al valle de Tacna, con el
objetivo de expandir su imperio, Apu Vilca organizo los preparativos para la
recepción del ejército imperial y alisto, para que se sumara a él, un
contingente de jóvenes y fuertes muchachos. A la entrada briosa de los visitantes,
comenzaron los festejos de bienvenida. Durante estos acontecimientos, el jefe
Huacca demostró su interés por la hija de Apu Vilca, pero paradójicamente la
hermosa Vilca respondía con reciprocidad las galanterías de otro audaz mozuelo,
quien era un simple guerrero.
Apu Vilca consciente del interés del jefe Huacca por su
querida Vilca, decidió dársela en regalo, pero cuando su hija se enteró, ésta
se negó rotundamente a aceptar y entre llantos y lamentos, conto a su padre que
estaba enamorada del guerrero Sonocco.
Su padre, lleno de ira, ordenó llamar a Sonocco para que
rechazara a su hija, pero Vilca advirtió la maniobra y, llevada por el rencor,
trató de huir. Lamentablemente su padre, motivado por la ira, mandó a encerrar
a Vilca en una de las nacientes del valle.
Con el llanto de la princesa los cerros se conmovieron y se
arrugaron, y por las grietas del sol, Vilca pudo escapar por un forado,
trepando a la cumbre del cerro Callata, en el noreste de Tacna. Desesperada por
amor, se lanzó desde allí, cayendo de brazos abiertos y formando con su cuerpo
una cruz en la tierra. La Madre Tierra se entristeció, y queriendo prolongar la
vida de la joven, la convirtió en un árbol hasta entonces desconocido, al que
los lugareños llamaron “Vilca”. Con el tiempo, las aguas que riegan Tacna se
encargaron de diseminar las semillas que produjo la primera vilca por todo el
valle, recordando en cada una de ellas
el espíritu indómito de la princesa tacneña que prefirió morir a vivir
sojuzgada.
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